viernes, 25 de diciembre de 2009

NAVIDAD EN AUCARÁ, 1940


Con cuánta nostalgia recuerdo la Pascua de Navidad del siglo pasado de mi pueblo, Aucará, Lucanas, en que, desde las primeras autoridades hasta el último de los niños celebrábamos en grande esta fiesta del nacimiento del Niño Jesús.
Aucará es una villa recostada al altísimo cerro de Wachway-cerca, está junto a la laguna de Qocha-pampa y a la orilla del río de “Aucará”. Un lugar hermoso y apacible donde todas las mañanas aparece el sol trayéndonos de paso un poco de las nieves del Qarwa-rasu. De clima envidiable en todo el año, es el lugar escogido para el solaz, el romanticismo y la meditación.
Por 1940 la Pascua de Navidad era organizada y coordinada por el Gobernador y sus seis envarados, quienes por costumbre tenían la obligación de presentar atajos de pastores o machoq con sus respectivas bailarinas, waylías, más un arpista y un violinista. Los machoq se adornaban la cabeza con un enorme cóndor, un saco blanco, un reboso atado a la cintura y a los pies llevaban enormes suecos de madera. Con la mano derecha tocaban la sonaja y en la izquierda sujetaban un largo cayado.. Las waylías se vestían de lujo: sombrero nuevo, chaqueta de colores, una amplia falda y zapatos delgados. El arpista y violinista tenían que tocar sólo la música de Navidad.
Era costumbre que una semana antes estos envarados o cargontes armaban en sus casas una abundante comida y bebidas de chicha, aguardiente, coca y cigarro, necesarios para agasa-jar y animar a los artistas que casi todos venían de otros pueblos de kuyay, cariño y de ayuda, ayñi; y también a los familiares, amigos y sus acompañantes. La casa arreglada de lo mejor, se había convertido en un improvisado ambiente novedoso, alegre y de mucho movimiento.
La dichosa festividad se iniciaba con la entrada de las wayllas o waylla-apaykuy. En que, cada uno de los envarados-cargontes con sus hatajos y acompañantes entraban en jubiloso tumulto a la plaza Mayor de Aucará el día 24 de Diciembre a las cuatro de la tarde más o menos, llevando en procesión los maderos de sauce y cabuya adornados con largas espigas de ichu y flores de la temporada, para armar y adornar el pesebre del Niño en el atrio de la iglesia.
Aquí sería colocado el Niño-Jesús a las seis de la tar-de en medio de la algarabía del pueblo y luego se iniciaría la ceremonia de pleitesía de los bailarines pastores y músicos en medio del gran público.
El estrépito de los cohetes y cohetecillos, más el repique de campanas y el tronar de los suecos de madera sobre las empedradas y planas calles de Aucará y el ruido de los músicos anunciando que los seis grupos estaban entrando a la plaza por sus cuatro boca-calles, era un maravilloso espectáculo de grande y colectiva felicidad digno de haberse filmado para la historia. Los llamados caporales entre ellos tayta Vicente Cuevas, machu-Vicente, era uno de los más admirados por que entraba viril y airoso jalando a sus pastores y waylías, entre zapateos y recovecos a lo largo y ancho de nuestra floreada Plaza de Armas, entrecruzándose con los otros grupos que hacían las mismas o mejores acrobacias, y como retándose ya para el esperada competencia o baile de contrapunto, vencerse, atipanakuy, que sería en seguida.
La alegría de las gentes, sobre todo de los niños no podía ser mayor con tanto arte y estruendo en que el wamani Wachway-cerca respondía atento con su eco al jolgorio aucarino, y mejor aun, cuando en esos instantes caía la bendita y esperada lluvia, y entonces las alegrías se centuplicaban por que la sabia naturaleza con la fecundante venían también a sumarse a la festividad. Los ojojós de los hombres con los aplausos, músicas, urras y el grito de los cohetes y las campanas convertían nuestra plaza en un santo y milagroso lugar por lo que los corazo-nes latían con mayor fuerza en gratitud al Niño-Jesús y al Señor de UNTUNA, Patrón de Aucará.
A las seis de la tarde se iniciaba ante la sagrada imagen el tan esperado atipanakuy entre los grupos o hatajos que ya estaban frente a frente con sus respectivos músicos que tocaba la tonada de Navidad. Comenzaban el reto artístico los caporales para lucír sus mejores pasadas o etapas: la entrada, el dobleo o patara, el huamanguino, el cepillo, el negrito, el cón-dor enamorón o condor-kuku y por último la pasta, esforzándose ser el mejor para ganarse el favor del público. Los zapateos y requiebros de tayta Vicente arrancaban más aplausos.
Este atipanakuy se iniciaba entre los maestros machoq de cada uno de los grupos y por sus categorías y edades, en que los chicos de diez años eran los más graciosos y aplaudidos, y los señores les deban caramelos de recompensa..
Venía en seguida el contrapunto de las guiadoras-waylías, bailarinas jóvenes, buena-mozas y profesionales que venian contratadas ex profeso.. Ellas se batían haciendo filigranas con los pies con arte, donaire y agilidad para el aplauso de los mozos que le pedían levantara la pollera hasta más arriba de sus rodillas y entonces venían los aplausos. Ç



Al concluir el último baile de las waylías cantaban villancicos en quechua y la guiado-ras recitaban las llamadas coplas, versos en alusión al nacimiento del Niño-Dios. Y habían más aplausos.
Siendo las doce de la noche los hatajos se iban retirando a sus casas para descansar. Y al día siguiente reaparecían por las frescas y húmedas calles aucarinas con los mismos bríos. Los días 25 y 26 visitaban a la casa del sacerdote, Gobernador, Alcalde, Juez de Paz y vecinos principales, donde bailaban y cantaban y recibían “sus cariños” de aguardiente y chicha. Muchas veces llegaban dos o más grupos a la misma hora y allí se armaba nuevamente el ati-panakuy para regocijo de los acompañantes.
El Despacho o despedida era los siguientes días en que los cargontes-envarados, sus esposas, artistas y parientes iban al morro de Qayrana, lugar de la ayla, con el fin de despachar la fiesta de la Navidad con santas oraciones que tayta Vicente sabía decir. Luego les pasaba el cuerpo a cada uno de ellos con la llamada “qaqupa”, menjunje que servía para sacar las enfermedades o maleficios que pudieron agarrarles en tantos días de música, baile y tragos.
Así era la Navidad aucarina en el siglo pasado, que celebramos hoy con indumentarias modernizadas. Pero la devoción al Niño-Jesús se mantiene incólume, siendo Aucará y el tiem-po magníficos testigos de la fiesta de Navidad, cuyos ponches y dulces niñupa-akan, heces del Niño de la Noche Buena, quedan aun en nuestros sabores.-
ROBENEY
Ica, Diciembre, 2009.-